Deidad, mascota y especie en peligro de extinción. ¿Por qué el ajolote es tan querido en México?

R. Mara Teresa Hernndez
Jueves, 20 de febrero de 2025 08:15 EST

Cuenta la leyenda que el ajolote no siempre fue un anfibio. Antes de que se convirtiera en la salamandra más querida de México y los esfuerzos por prevenir su extinción florecieran, fue una deidad escurridiza y astuta.

“Es un animalito muy interesante”, dice Yanet Cruz, encargada del Museo Chinampaxóchitl, donde se realizaron diversas actividades para conmemorar el Día del Ajolote a principios de febrero.

Ubicado en Ciudad de México, sus exposiciones se enfocan en ajolotes y chinampas, sistemas agrícolas que se asemejan a jardines flotantes y aún funcionan en Xochimilco, barrio célebre por sus canales.

“A pesar de que hay muchas variedades, el de aquí es un símbolo de identidad para los pueblos originarios de la zona”, añade Cruz.

No hay cifras oficiales sobre la población actual de ajolotes, pero el Ambystoma mexicanum, endémico de la Cuenca de México, está catalogado como “en peligro crítico” por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) desde 2019. Y aunque biólogos, historiadores y oficinas gubernamentales lideran esfuerzos para preservarlo, otro fenómeno paralelo lo mantiene presente.

El ajolote atrajo atención internacional después de que Minecraft lo añadiera a su juego en 2021 y muchos mexicanos cayeron rendidos ante él luego de que el Banco Central lo imprimiera en el billete de 50 pesos el mismo año. “Ahí vino la ajolotemanía”, afirma Cruz.

En distintos puntos del país, este anfibio que parece un dragón en miniatura puede verse en murales, artesanías y calcetines. Algunas panaderías han causado sensación horneando piezas con forma de ajolote e incluso una cervecería local adoptó su nombre para “honrar” las tradiciones mexicanas.

Cuando los españoles colonizaron México-Tenochtitlan a mediados del siglo XVI, los ajolotes no contaban con representaciones arqueológicas como Tláloc —el dios azteca de la lluvia— o Coyolxauhqui —la deidad lunar— pero sí dejó huella en algunos documentos mesoamericanos.

Según el mito náhuatl del Quinto Sol, el dios Nanahuatzin se arrojó al fuego, reemergió como astro y ordenó al resto de los dioses replicar su sacrificio para poner al mundo en movimiento. Todos cumplieron menos Xólotl, divinidad asociada a la Estrella de la Tarde, que escapó.

“Fue perseguido y muerto”, explica Arturo Montero, arqueólogo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. "Con su muerte dio origen a una criatura, el axolotl o ajolote”.

De acuerdo con el experto, el mito implica que, tras la muerte de un dios, su sustancia queda aprisionada en un ser mundano y, con ello, sujeta a los ciclos de vida y muerte. El ajolote, entonces, lleva dentro de sí al dios Xólotl, y cuando el animal muere y su porción divina transita al inframundo, vuelve a la superficie de la tierra y renace en otro ajolote.

“El ajolote es el gemelo del maíz y también el gemelo del maguey como mexolotl y como gemelo del agua como axolotl”, agrega Montero. “Como fauna sacralizada lo encontramos representado en el Códice Borgia”.

La fascinación actual por el anfibio y su sacralización en tiempos prehispánicos no es casual. Seguramente obedece a sus características biológicas, dice Montero.

A través del vidrio de una pecera, donde instituciones académicas los preservan y los criaderos los exhiben para vender, los ajolotes son difíciles de avistar. Su piel suele ser oscura para mimetizarse con las piedras —aunque también hay una variedad albina— y puede quedarse inmóvil durante horas, enterrado en el lodo cuando está en su hábitat o cerca del fondo de su tanque en cautiverio.

Además de sus pulmones, el ajolote puede respirar a través de sus branquias y piel, lo que le permite adaptarse a su entorno acuático, y es capaz de regenerar partes de su corazón, médula espinal y cerebro.

“La biología de la especie es muy particular”, explica el biólogo Arturo Vergara, quien supervisa la preservación del ajolote en diversas instituciones y está a cargo de ejemplares en venta en un criadero de Ciudad de México.

Dependiendo de la especie, color y tamaño, los precios de un ajolote en Ambystomania —donde Vergara trabaja— empiezan en 200 pesos (unos 10 dólares). Los ejemplares se ponen a la venta cuando alcanzan unos seis centímetros de largo —a todos se les coloca un chip para evitar el comercio ilegal— y, una vez en casa, son mascotas fáciles de cuidar.

“Nosotros hemos tenido animales que han llegado hasta los 20 años (en cautiverio) y los demás están en un promedio de 15”, afirma Vergara. “Son muy longevos, aunque en el hábitat seguramente no pasan de los tres o cuatro años”.

La especie que puede visitarse en la pecera del museo —una de las 17 variedades conocidas en México— es endémica de lagos y canales que hoy están altamente contaminados. Por ende, lograr que una población saludable de ajolotes se alimente y reproduzca podría ser complejo.

“Imagínate el fondo de un canal en una zona como Xochimilco, Tláhuac, Chalco… Hay una cantidad tremenda de microbios”, añade el biólogo.

Para él, como para Cruz, la preservación del ajolote no es un fin, sino un medio para salvar el hábitat que le dio origen.

“Los esfuerzos de preservarlo también van mucho de que no se pierda la zona chinampera”, explica Cruz junto a una exhibición de muñecos con forma de ajolotes en el museo. “Trabajamos mucho con la comunidad para convencerlos de que su espacio es importante”.

Las chinampas no sólo son el sitio donde los ajolotes depositan sus huevos, sino aquellas zonas agrícolas en las que las comunidades prehispánicas cultivaban maíz, chile, frijol y calabaza, y los habitantes actuales de Xochimilco siembran hortalizas contra toda adversidad.

“Hay muchas chinampas que ya están secas y ya no producen”, añade Cruz. “Y donde había muchas chinampas se está dando cabida a campos de fútbol”.

Según dice, cuando los visitantes recorren el museo ella les explica que las chinampas son uno de los últimos vestigios de México-Tenochtitlán y, por ende, Xochimilco es una zona arqueológica viva.

“Si nosotros, como ciudadanos, no cuidamos lo que es nuestro, lo perdemos”.

____

La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

Thank you for registering

Please refresh the page or navigate to another page on the site to be automatically logged inPlease refresh your browser to be logged in