La ciudad en liza entre facciones del Cártel de Sinaloa, esperanzada ante las presiones de Trump

Mara Verza
Lunes, 03 de marzo de 2025 01:16 EST

Antes del amanecer, el director de una primaria de la capital de Sinaloa revisa su celular en busca de balaceras o incidentes, evalúa la situación y, si hay peligro, manda un mensaje a los padres para suspender las clases.cu

No es la única nueva rutina de Culiacán, un municipio de un millón de habitantes, capital del norteño estado de Sinaloa, que desde hace casi seis meses es escenario de una guerra entre las dos principales facciones del cártel del mismo nombre.

La violencia limitó horarios para enterrar a los muertos. Las bandas que amenizaban fiestas piden ahora dinero en los semáforos. Los niños se esconden ante cualquier ruido fuerte. Y quienes viven en los límites de las zonas de control de distintos bandos temen por su vida cada día.

Es la primera vez que la delincuencia trastoca la cotidianidad de Culiacán durante tanto tiempo. Muchos agradecen la presión ejercida por el presidente Donald Trump para que México combata con más contundencia a los cárteles y algunos son optimistas pensando que, tal vez ahora cambie la visión que todavía persiste en muchos sectores de la sociedad de ver a los cárteles como protectores.

“Cansados de estar entre las balas”

Todo comenzó septiembre, más de un mes después de la detención en Texas de Ismael “El Mayo” Zambada –el capo mexicano más viejo y astuto --, y de Joaquín Guzmán López, uno de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, encarcelado en Estados Unidos.

Según “El Mayo”, el “Chapito” le secuestró para llevarle a Estados Unidos en un vuelo privado y esa supuesta traición desencadenó una guerra entre los seguidores de ambas facciones por el control del negocio criminal, cuyo epicentro es Culiacán.

El robo de vehículos, los secuestros, quedar en medio de una balaceras o la revisión de los celulares en busca de información de los contrarios podía acabar en muerte o desaparición. Desde septiembre, según datos oficiales, ha habido más de 900 asesinatos.

“De la curva para allá mandan los Chapos y de ahí para acá mandan los Mayos”, resume un hombre en Costa Rica, un poblado agrícola del sur del municipio de Culiacán.

La mayoría de quienes se atreven a hablar piden el anonimato por miedo porque la delincuencia opera ante sus ojos. Un anciano cuenta cómo vio a unos pistoleros arrastrar dos cadáveres que luego dejaron tirados. Poco después, los cuerpos desaparecieron.

Otros desaparecen vivos, como Julio Héctor Carrillo, de 34 años. Regresaba a su casa en moto a finales de enero después de visitar a un familiar y no se volvió a saber de él. Según su cuñado, Mario Beltrán, su único error fue no respetar el “autotoque de queda” que todos se han impuesto.

Después de pedir ayuda en redes para localizarlo –en el poblado ni se atrevieron a poner carteles con su foto—un colectivo de madres buscadoras les informó del hallazgo de un cuerpo y ahora esperan los resultados de las pruebas de ADN.

“En ningún otro tiempo, en los últimos 30 o 40 años que tenemos registro de la incidencia delincuencial, habíamos tenido tantas familias con desaparecidos”, dijo Miguel Calderón del Consejo Estatal de Seguridad Pública, un organismo ciudadano. A algunos se los llevan para sacarles información y aparecen vivos después. De otros solo quedan los carteles pegados junto a la catedral de Culiacán.

“La verdad estamos muy cansados, muy cansados de estar entre las balas”, señala este pequeño comerciante de 38 años que ha impuesto su propio “protocolo” familiar de seguridad: prohibida la bicicleta para su hijo de 18 años al que lleva a todas partes, incluso a ver la novia; ubicaciones en tiempo real.

Y su hija de 7 años le pregunta cada mañana: “Papi, ¿voy a poder ir a la escuela hoy? ¿Ya checaron el ‘face’?”. “Hay cosas que no les puedes ocultar a los niños”, señala Beltrán.

El miedo ha hecho que ya se escuchen narcocorridos por las calles del pueblo y que los vecinos ya no lleven los sombreros identificados con una de las facciones del cártel.

“Hasta los narcos ya no quieren ser narcos”, agrega el hombre.

EEUU, ¿la solución al problema?

La estrategia de las autoridades frente a la violencia ha cambiado los últimos meses y muchos en Sinaloa creen que el motivo tiene un nombre: Donald Trump.

Cuando comenzó, el expresidente Andrés Manuel López Obrador y el gobernador Rubén Rocha la minimizaron y fueron condescendientes con los armados. El vocero del gobernador, Feliciano Castro, insiste en que Estados Unidos detonó la guerra actual con la detención de Zambada.

El enfoque cambió con la llegada de Claudia Sheinbaum al poder en octubre pero, fundamentalmente, tras la victoria de Trump, que exigió a México frenar la migración y el tráfico de fentanilo --el principal negocio del Cártel de Sinaloa-- y combatir con fuerza a los cárteles si quería evitar la imposición de aranceles.

El resultado fue la multiplicación de los operativos y detenciones con supervisión directa del gobierno federal.

“Nunca habíamos visto una operación tan contundente y diaria contra los cárteles”, afirma Ismael Bojórquez, un veterano periodista especializado en crimen organizado que durante la presidencia de López Obrador criticó con dureza la inacción del exmandatario. Y el reciente envío a Estados Unidos de 29 grandes capos encarcelados, entre ellos varios sinaloenses, es otra señal.

En diciembre, las autoridades decomisaron más de una tonelada de fentanilo en Sinaloa frente a los 130 kilos del primer semestre de 2024 en todo el país.

En los últimos diez días de febrero, desmantelaron 113 laboratorios de drogas sintéticas, según datos preliminares estatales. Las autoridades no han aclarado si eran de metanfetaminas o de fentanilo. Tampoco si esos logros se deben a información de inteligencia estadounidense.

Además, se desinstalaron más de 400 cámaras con las que los delincuentes vigilaban Culiacán, el doble de las que tienen las autoridades. El vocero estatal reconoció que databan de mucho tiempo atrás. No explicó por qué no se actuó antes.

Bojórquez considera que las dos facciones han sido dañadas en estas acciones pero si el gobierno quiere realmente diezmar sus capacidades no puede bajar la presión.

“Nunca pensé que (Trump) tuviera tanto poder para poder hacer eso…pero yo estoy agradecido”, dice un empresario cervecero después de ser revisado en un retén.

Lo mismo piensa una mujer de 55 años que, sentada en un poyete de la calle, mira cómo los forenses levantan el cadáver de una mujer recién asesinada. La víspera había celebrado una misa por su yerno, asesinado hace cinco meses a pocos bloques de ese lugar cuando caminaba junto a su hija. "Salimos de la casa pero no sabemos si vamos a regresar”, lamenta.

Superar los miedos, construir paz

En la primaria Sócrates, en el centro de la ciudad, hay carteles sobre qué hacer en caso de balacera y los simulacros de emergencias se repiten: en segundos un grupo de niños que juega en el patio se tira al suelo al escuchar la alarma y se arrastra a gatas hasta las paredes.

Victor Manuel Aispuro, el director, ya no sabe qué es tener la escuela con todos sus alumnos, casi 400. Unas 80 familias se fueron de la ciudad y hubo días que apenas llegaron a clase 10 niños. Es él quien cada mañana decide si hay que anular las clases presenciales o no.

La última vez que las suspendió fue a finales de febrero tras intensas balaceras, sobrevuelos de helicópteros a baja altura que generaron mucho pánico y la detención de dos importantes miembros de la facción de “Los Chapitos”.

La escuela ya había quedado marcada en enero, cuando uno de sus alumnos, de 9 años, junto con su padre y su hermano de 12, fueron baleados para robarles el coche, muertes que provocaron que miles marcharan por las calles de Culiacán al grito de “A los niños no” y exigiendo resultados a las autoridades.

Mientras, en la primaria, organizan talleres con padres e hijos para paliar los daños emocionales.

En uno, organizado por una ONG de expolicías, piden a los niños describir qué les da miedo. Uno escribe que los balazos y las camionetas blancas, que son las que usa el cártel. Su compañera dibuja un ataúd y una calavera. Otros temen que les “extorsionen” o “maten” o se aterran ante los “punteros”, los vigilantes del narco.

“La gente se ha llenado de un sentimiento colectivo de angustia, de zozobra, de enojo social y esa es una diferencia con respecto a las otras crisis”, explica Miguel Calderón, del grupo ciudadano sobre seguridad.

A su juicio, eso podría traer algo bueno: que se rompa definitivamente esa complicidad de los ciudadanos con los cárteles, que durante décadas estos eran vistos en Sinaloa como protectores, héroes o un modelo a seguir.

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