Los pastores nómadas han criado ganado en climas duros durante milenios. ¿Qué pueden enseñarnos hoy?
La media luna creciente brillaba en el cielo de Mongolia antes del amanecer mientras Agvaantogtokh y su familia comenzaban a prepararse para otro largo traslado con sus animales.
A caballo, cabalgó hasta un pozo junto con casi mil ovejas y cabras. De vez en cuando, él y su esposa, Nurmaa, se detenían para ayudar a las crías jóvenes que pasaban dificultades, débiles tras un duro invierno, colocando a a un cordero en la cálida comodidad de una camioneta y alimentando a mano a un potro rechazado por su madre. Los animales necesitarían fortaleza para el viaje hacia el este a través de vastos pastizales en medio de colinas.
A miles de kilómetros de distancia, en Senegal, la familia de Amadou Altine Ndiaye guiaba ganado a través de una sabana africana apenas salpicada de acacias y matorrales. Caballos y burros tiraban una caravana de cuatro carretas por caminos de tierra en medio de un calor sofocante. El ganado la seguía. Ndiaye —quien iba detrás con un tradicional sombrero cónico— contorsionaba la boca para emitir sonidos que sólo él y sus animales podían entender.
Viajaban desde el pueblo de Nayde, en el noreste, hasta una aldea aún más al este, la cual creían que sería más rica en vegetación. Ndiaye, miembro del grupo étnico musulmán fulani, aprendió las técnicas de pastoreo de animales haciéndolo junto con sus mayores.
“Nací en el pastoreo y desde entonces sólo he conocido eso. Cuando nací había vacas y ovejas presentes”, dijo el hombre de 48 años. “Es un motivo de orgullo”.
Más de 50 millones de personas en Asia, África, Oriente Medio y otros lugares practican y atesoran esta forma de vida. Al ser pastores nómadas, tienen animales domésticos y se trasladan con ellos en busca de pastos frescos, y con frecuencia venden parte de su ganado por su carne.
Aunque el pastoreo nómada ha sostenido a estas poblaciones durante milenios, enfrenta crecientes presiones debido al deterioro del medio ambiente, la reducción de los pastizales y a que las nuevas generaciones buscan una vida menos agotadora y precaria. Al mismo tiempo, el pastoreo se moderniza y los grupos aprovechan las nuevas tecnologías para cuidar mejor a sus animales.
Pero la práctica ha sobrevivido durante tanto tiempo porque está diseñada para adaptarse a un entorno cambiante: los pastores se desplazan con sus animales en busca de pastos frescos y agua, dejando atrás tierras en barbecho para que sanen y vuelvan a crecer.
“La visión general es que tener animales móviles te permite irte de lugares que están sobreutilizados o que tienen escasos recursos de agua o alimento y trasladarte a lugares donde haya más recursos”, dijo Forrest Fleischman, quien investiga políticas de recursos naturales en la Universidad de Minnesota, “Y eso significa que no vas a machacar el lugar en el que estás metido”.
Los expertos dicen que es una lección que podría ayudar a quienes crían ganado a escalas mucho mayores a adaptarse y reducir el impacto de la ganadería sobre el medio ambiente. Los pastores no sólo tratan de escapar del cambio climático; lo combaten.
“Tienen el conocimiento indígena”, dijo Edna Wangui, profesora de geografía que estudia esta práctica en la Universidad de Ohio. “Hay mucho que podemos aprender”.
“NECESITAMOS MÁS LLUVIA”
Quizás más que cualquier otro lugar, Mongolia es conocida por el pastoreo nómada. La práctica está consagrada en la Constitución de la nación, que llama a sus 80 millones de camellos, yaks, vacas, ovejas, cabras y caballos “riqueza nacional” protegida por el Estado.
Para familias como la de Agvaantogtokh, el pastoreo es más que una profesión. Es una identidad cultural que conecta generaciones a lo largo del tiempo. Y en su centro está el vínculo humano con los animales.
Agvaantogtokh y su familia venden animales por su carne. También venden productos lácteos como yogur y quesos duros. Si bien consideran que los animales son de su propiedad, también los ven como seres vivos que trabajan junto con ellos para un propósito común.
Los investigadores dicen que los pastores creen en la “gestoría animal”. Agvaantogtokh deja que su ganado elija qué pasto, flores o hierbas come, y que halle su propia agua. Para él, cercar a un animal y hacer que se alimente de lo mismo todos los días es como meter a una persona en prisión.
Los climas extremos forman parte de la vida en Mongolia, y gestionarlos es cada vez más difícil a medida que el medio ambiente cambia. Cuando Agvaantogtokh piensa en el cambio climático, le preocupa lo que significa para los humanos y el ganado.
Un día de primavera sintió que el viento azotaba y observó el cielo azul tornarse amenazadoramente oscuro. A lo lejos, vio un muro de tierra que se precipitaba hacia él.
“Tormenta de arena”, murmuró. Su padre, Lkhaebum, dejó un plato de sopa a medio comer sobre la mesa. Ambos partieron en motocicletas para asegurarse de que sus animales estuvieran a salvo.
“Necesitamos más lluvia”, dijo Lkhaebum, quien, al igual que otros mongoles, sólo usa su nombre de pila. “Si el pasto no crece, es algo sumamente difícil para nosotros”.
La sequía crónica azota a Mongolia. También lo hace el calentamiento global. Desde 1940, dice el gobierno del país, las temperaturas promedio han aumentado 2,2 grados Celsius (casi 4 grados Fahrenheit), una medida que puede parecer pequeña, pero los científicos dicen que, para los promedios globales, cada décima de grado importa, y un mundo que se calienta trae consigo más extremos climáticos.
Y los “zudes” —desastres naturales exclusivos de Mongolia causados por las sequías y los inviernos severos— se han vuelto más duros y frecuentes, y pueden impedir que el ganado acceda al agua o a los alimentos.
Un zud obligó a Agvaantogtokh y su familia a salir de una provincia del suroeste luego de que un invierno desastroso provocó la muerte de 400 de sus animales. Han permanecido en la provincia oriental de Sukhbaatar desde 2020.
La familia vive con sencillez. Disponen de un fregadero con una bomba de hule para limitar el uso del agua. Viven en una “ger” o yurta, una tienda que tiene bastidores circulares de madera cubiertos con piel de oveja y fieltro para aislarla, y puertas orientadas al este para dejar entrar el sol de la mañana.
Nurmaa, quien lleva esta forma de vida por su matrimonio, utiliza una caldera alimentada con estiércol de caballo para cocinar y mantenerse caliente.
“Año tras año”, dijo, “he aprendido muchas cosas”. Acerca del pastoreo y el auxiliar a los animales a parir. Ayudar a montar el campamento. Cocinar grandes comidas de panes, estofados, té con leche y vino casero.
Pero en cada lugar al que la familia traslada su ger, ella tiene la sensación de una vida sedentaria.
Cada pertenencia se coloca sistemáticamente en el mismo lugar, algo estable y predecible en un mundo en constante cambio.
SOBREVIVIR A ORILLAS DEL SAHARA
En Senegal, las caravanas llevan consigo las comodidades de una casa amueblada, como la estructura de una cama de metal y un colchón, y agua para las personas y los animales.
Al acercarse la temporada de lluvias este año, Ndiaye, su yerno Moussa Ifra Ba y el resto de la familia se prepararon para un recorrido de 170 kilómetros (106 millas) que duró 16 días.
Se ha vuelto más difícil conseguir agua y pasto abundantes. “Una de las principales dificultades relacionadas con el pastoreo es la falta de pastizales”, dijo Ndiaye. “El ganado tiene hambre, y en ocasiones se tienen dificultades para vender un ejemplar porque está muy flaco”.
“Muchas variedades de árboles han desaparecido, e incluso nuestros niños desconocen ciertas especies”, explicó Ba. “Las mejores variedades de pasto ya no crecen en ciertas áreas, y el pasto más común se parece más al caucho: llena el vientre, pero no alimenta a los animales”.
Las comidas de la familia de Ndiaye rara vez incluyen carne y se planifican cuidadosamente. Sólo cuando pasan por determinadas aldeas pueden abastecerse de alimentos: verduras, arroz y otros artículos de primera necesidad.
En general, el consumo de carne por persona en Senegal se encuentra entre los más bajos del mundo; la tasa en Mongolia es de más del séxtuple.
La familia de Ndiaye no vende sus animales con regularidad porque la carne se destina principalmente a ocasiones especiales: las bodas, o festividades como Eid al Adha (Celebración del sacrificio) y Eid al Fitr (Fiesta de romper el ayuno). Cuando lo hacen, unas pocas cabezas de ganado pueden proporcionar suficiente dinero para casarse, comprar arroz o incluso emigrar.
La familia siente el mismo respeto profundo por sus animales que los pastores mongoles. Ba se siente especialmente atraído por las ovejas. Ha notado que los carneros lloran cuando se alejan de él, recuerdan los nombres que les da y acuden cuando los llama.
“Es una amistad verdadera”, dijo.
En su caravana de cuatro carretas, las personas jóvenes y los animales jóvenes reciben cuidados especiales.
Aminata, la hija de 5 años de Ndiaye, y Aissata, su nieta de 2 años, viajan en una carreta con las mujeres. En otra, los corderos y cabritos demasiado jóvenes para caminar mucho tiempo en el calor van atados todos juntos con una red.
Ba dijo que no puede imaginar otra vida: “Una aldea sin vacas no tiene alma”.
PRÁCTICA ANCESTRAL, TÉCNICAS NUEVAS
Para mantener vivas sus costumbres, los pastores de todo el mundo buscan maneras de modernizarse.
En Mongolia, Lkhaebum comenzó a utilizar una motocicleta recientemente para buscar con más facilidad a los caballos, a los que nunca se les mantiene cercados. Una mañana fresca, su túnica hasta la pantorrilla ondeaba a su alrededor mientras iniciaba una búsqueda, deteniéndose ocasionalmente para mirar a través de binoculares hacia una manada que pastaba en una colina lejana.
La familia también tiene una batería alimentada por energía solar que hace funcionar un televisor, una lavadora, una máquina de karaoke y un teléfono celular para estar al tanto del clima y acceder a grupos de Facebook en los que los pastores intercambian información.
“Ahora tenemos datos móviles 4G, y eso nos ayuda mucho a comunicarnos y obtener pronósticos del clima”, explicó Nurmaa. “Y de verdad nos ayuda mucho a comunicarnos con nuestros hijos, porque están lejos”.
Su hija de 18 años estudia medicina en Ulán Bator, la capital del país. Sus dos hijos más jóvenes, un hijo de 13 años y una hija de 9 años, están en la escuela. El hijo habló de convertirse en pastor cuando llegó a la adolescencia. Pero ya no.
“No me arrepentiré de nada si mi hijo no es pastor”, dijo Nurmaa. “Me gustaría que hicieran lo que aspiran a hacer”.
Su punto de vista no es inusual.
“Si les preguntas a los padres, muy pocos de ellos quieren que sus hijos se conviertan en pastores”, dijo la profesora Wangui. “Quieren que sus hijos se dediquen a otra cosa, porque están viendo que la vida de los pastores nómadas es una vida dura”.
MANTENERSE AL DÍA EN UN MUNDO CAMBIANTE
Aunque las herramientas modernas prometen facilitar las cosas, muchos pastores tropiezan con obstáculos. Los de Senegal, por ejemplo, a menudo tienen dificultades para encontrar señal para sus teléfonos celulares. Se basan principalmente en tecnologías y métodos más antiguos.
Una noche, Houraye, la hija mayor de Ndiaye, pelaba cebollas para la comida de la familia, revolviendo una olla de arroz iluminada por las brasas brillantes del fuego. Cuando estuvo listo, sus siete familiares se reunieron bajo las estrellas con pequeñas linternas y encendieron la radio portátil que cargan con su panel solar. Los balidos de las ovejas casi ahogaron las melodías tradicionales.
Un importante avance en infraestructura ha ayudado a la familia: torres de agua conocidas como “forages” que han surgido con asistencia del gobierno. Antes, encontrar agua podía requerir una caminata de 35 kilómetros (22 millas). Ahora, la familia planea viajes a lo largo de la ubicación de estas torres, donde pueden rellenar sus cántaros y hacer que sus animales se repongan en bebederos largos.
Aún así, algunos gobernantes no ofrecen ayuda a los pastores. También pueden surgir conflictos entre pastores nómadas y agricultores asentados en torno al uso de la tierra y el acceso al agua.
Unos pocos grupos activistas aconsejan a los pastores que opten por una vida sedentaria, por su propio bien. En la región de Senegal en el Sahel —donde las Naciones Unidas estiman que el 65% de la carne y el 70% de la leche vendida en los mercados locales provienen de pastores—, el director de la Asociación para la Promoción de la Ganadería en el Sahel y la Sabana sugiere que la gente inscriba a sus hijos en la escuela y diversifique sus ingresos.
“El cambio climático ha causado daños enormes, y la gente no está consciente de los peligros que se avecinan”, dijo Moussa Demba Assette Ba. “Si inviertes todos tus ingresos en cabezas de ganado y ocurre un desastre, lo pierdes todo, y eso es lo que puede provocar el cambio climático”.
El expastor construyó una casa en 2006, que desde entonces se ha convertido en un complejo en expansión que provee energía solar a los vecinos. Alienta a otros a volverse sedentarios como hizo él y buscar formas de incrementar la calidad, no la cantidad, de sus animales.
Pero quizás la mayor amenaza al pastoreo nómada provenga de su interior, a medida que la siguiente generación elige otros caminos.
Cuatro de los siete hijos vivos de Ndiaye no viajan con sus padres. Él depende de la ayuda de Ba y de un amigo de la familia asalariado para dirigir a los animales a su destino.
Ba, de 28 años, y su esposa Houraye, de 20, tienen una hija de 2 años y quieren ampliar su familia. Meditaron sobre un futuro en el que al menos un hijo permanezca en el pastoreo mientras al menos otro va a la escuela.
“Me gustaría que mis hijos se mantuvieran al día con el mundo cambiante”, dijo Ba.
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Larson informó desde Yawara Dieri, Senegal; Ungar desde Louisville, Kentucky.