Familias de acogida: la mejor opción para menores migrantes y la más escasa en España
Pese a que la ley establece que se debe priorizar la opción familiar frente a los centros residenciales, solo se cumple en un 4 % de los casos, escribe Alicia Fàbregas

Las paredes hablan. Las de la habitación de Ibrahima Camara, llenas de pósters de futbolistas, lo dicen todo sobre su pasión.
Desde hace más de dos años, vive a gusto —y a salvo— en un barrio céntrico de Madrid, en España. Y practica su pasión a diario, jugando a fútbol en un equipo local. Pero para llegar hasta aquí, cuando tenía 14 años, tuvo que atravesar miles de kilómetros durante más de un año, desde su Guinea natal, y sobrevivir a una violencia atroz. Solo, sin ningún familiar a su lado.
Tuvo que tirarse por la ventana de un autobús en marcha en Algeria, para evitar ser deportado, tuvo que pasar por varias cárceles en Mauritania, donde solo le daban agua y pan, sin saber si conseguiría salir de allí, tuvo que atravesar zonas en guerra, carreteras minadas, y avanzar entre cadáveres en Mali.

El joven de ahora 18 años sufrió mucha violencia durante su viaje y tuvo que sacar fuerzas de donde no le quedaban después de pasar días caminando sin comer ni beber. Después de llegar a Marruecos, tuvo que cruzar un mar peligroso, aterrorizado durante días pensando que iba a morir, con gente desvariando del miedo, hasta por fin llegar a Lanzarote.
Finalmente, tuvo la suerte de conocer a Fredrik Anderson, su actual padre de acogida, con quien vive en Madrid.
“Hoy, gracias a Dios, estoy aquí y tengo todo lo que puedo necesitar desde que conocí a mi padre [Anderson]. Tener una persona como él me ha cambiado la vida,” dice Camara, y relaja un poco la cara y el cuerpo, después de la tensión de contar y recordar todo lo que sufrió durante ese largo viaje. “Estaba muy triste y muy perdido y ha sido muy bonito”.
En julio de 2022, un entrenador de fútbol que conocía a Anderson le llamó desde Sevilla y le dijo: “He conocido a un niño, Ibra, que es un ángel y un excelente jugador de fútbol. Vino en patera y necesita ayuda. ¿Qué podemos hacer?”. Antes de tomar una decisión, Anderson le preguntó: “¿Va a aceptar el hecho de que sea gay y no sea musulmán?”
El entrenador no tuvo dudas, así que Anderson respondió: “Mándamelo a Madrid”.
En ese momento, según los datos oficiales, había en España más de 11.400 menores extranjeros no acompañados. Camara no era uno de ellos. Tenía 15 años, pero le habían registrado como mayor de edad en el sistema español y no estaba bajo ninguna tutela.
Cuando Camara llegó a Madrid, Anderson empezó un largo recorrido burocrático y contrató a un abogado en Guinea. Después de muchos meses, consiguió que en España se registrara a Camara como menor, que se formalizara la acogida y que pudiera ir a la escuela.

Esta historia es casi una excepción en todo el país. La ley española establece que debe priorizarse “el acogimiento familiar frente al institucional” en lo que se refiere a los menores de edad. También concreta que los menores extranjeros que se encuentren en España tienen derecho a “servicios y prestaciones sociales” en las mismas condiciones que los menores españoles, y que se debe poner especial cuidado en los grupos vulnerables “como los menores extranjeros no acompañados”.
La ley se cumple en el caso de los menores nacionales. Un informe de 2023 del Ministerio de Juventud e Infancia de España revela que los acogimientos familiares representan el 51 % de las tutelas. Pero esa cifra no llega al 5 % cuando se trata de menores extranjeros no acompañados. La gran mayoría están en centros de acogida.
¿Por qué esa diferencia?
Según Verónica Reyes, psicóloga especializada en menores con experiencias traumáticas, hay pocas familias de acogida y las que hay piden niños más pequeños.
Los datos oficiales lo corroboran: en los acogimientos en España predomina el grupo de edad entre los 11 y los 14 años. Pero los menores migrados sin referentes familiares suelen llegar siendo más mayores. Las cifras oficiales de Cataluña —una de las 17 regiones autónomas de España que más menores extranjeros atiende—, muestran que en 2024 un 76 % de los que llegaron tenían entre 16 y 17 años.
Según fuentes oficiales, para esas edades las instituciones apuestan por otras opciones de acompañamiento, como la mentoría y los centros residenciales o los pisos vinculados a programas de inserción sociolaboral, para que estos jóvenes pueden trabajar su proceso de autonomía y emancipación.
Sin embargo, algunas de las familias que quieren acoger, o que incluso ya lo han hecho, se quejan de la falta de información.
“Es muy difícil. Por parte del gobierno no hay interés por hacer difusión”, dice Jacinto García, que hace un tiempo acogió a Sekou Fofana, entonces menor, de Costa de Marfil, al que encontró perdido por las calles de Barcelona. Actualmente, en esa región hay 42 menores migrados solos acogidos en familia, menos de un 2 % del total de los que están tutelados en Cataluña.
Ahora Fofana es mayor de edad y da charlas sobre su experiencia. “Me emociono cada vez que le oigo hablar. Ya justifica mi vida, porque podría haber acabado en manos de mafiosos”, dice García.
¿Cómo promover las acogidas?
Según la psicóloga Reyes, si las instituciones cuidaran mejor a las familias, habría más experiencias positivas y al compartirlas quizás más gente se animaría: “Tendrían que tener más acompañamiento, y acompañamiento grupal. Muchas veces las familias se buscan el apoyo ellas solas”.
Javier Nieto es una prueba de que el boca a boca funciona, ya que Anderson le contó su historia con Camara. Ya lleva tres meses acogiendo a un joven marroquí de 16 años, que prefiere mantenerse en el anonimato. “Tengo un vínculo muy fuerte con él”, cuenta Nieto. “Siento que de alguna manera estábamos hechos para unirnos. Yo sabía que quería aportar y tener un impacto positivo en la vida de alguien”.

Según Nieto, en Madrid solo él, Anderson y otra persona están acogiendo —contando solo a familias que no son parientes del menor. La comunidad se ha negado a conceder entrevistas o aportar datos.
¿Por qué acoger?
“La institucionalización de per se es una experiencia traumática para un niño”, dice Reyes. Además, en los centros o pisos tutelados suelen cambiar los educadores y “un niño necesita unos referentes estables, sensibles y responsivos”. Por eso, una familia es mejor opción, porque proporciona estabilidad y eso ayuda a crear vínculos, según Reyes.
“[Los niños] tienen el trauma del duelo migratorio, pero si han tenido infancias suficientemente buenas, entonces, tienen más salud mental, más capacidad para vincularse y más competencia para integrarse aquí, en una nueva familia, en un trabajo, en una pareja”.
Según García, padre de acogida, más allá de la estabilidad, acoger es también luchar contra las desigualdades: “Es una manera de poner nuestros privilegios al servicio de estas personas que por el hecho de haber nacido en África y no ser blancas no tienen el mismo acceso a los derechos humanos como tenemos nosotros”.
Para Nieto, la acogida, aunque sea en edades cercanas a los 18, “es una opción increíblemente buena, porque son años muy importantes para estos críos. Todavía necesitan un guía en un país que no conocen”. Además, es una forma “muy rápida y eficiente de integrar a estos chicos en la sociedad, con recursos muy bajos del Estado, más bajos que tenerlos en centros”, añade Nieto.
Pero Reyes puntualiza que no todo el mundo puede hacerlo. Acompañar a una persona con un trauma no es fácil: “Mucha gente lo ve como una obra de caridad. Que el niño por el simple hecho de entrar en familia ya va a mejorar. Y no siempre es así. Las familias acogedoras tendrían que tener capacidades reparatorias. Se necesitan padres muy abiertos de cabeza y muy dispuestos a trabajarse ellos mismos”.