Comentario

Pelicot, “Diddy”, Al-Fayed: ¿estamos ante una nueva etapa del movimiento #MeToo?

Olivia Petter se pregunta si esta nueva ola de acusaciones contra agresores de alto perfil significa un retroceso para el feminismo, o si es solo un nuevo capítulo en la búsqueda de justicia para las víctimas de abuso

Lunes, 30 de septiembre de 2024 18:30 EDT
El antiguo dueño de Harrods (la célebre tienda por departamentos británica), Mohamed Al-Fayed, está acusado de violar a cinco mujeres y abusar sexualmente de al menos otras 15
El antiguo dueño de Harrods (la célebre tienda por departamentos británica), Mohamed Al-Fayed, está acusado de violar a cinco mujeres y abusar sexualmente de al menos otras 15 (Reuters)

No recuerdo cómo llegamos al tema, pero por alguna razón, hace algunos meses, me enfrasqué en una acalorada discusión con dos hombres que acababa de conocer en un bar. Hablábamos de cómo la condena por violación de Harvey Weinstein había sido anulada por la Corte de Apelaciones de Nueva York.

Uno de los hombres argumentaba que la anulación tenía sentido, dado todo el tiempo que había transcurrido desde que ocurrieron algunas de las supuestas agresiones. “¿Por qué iba alguien a presentar una denuncia de violación tantos años después? No tiene sentido”, expresó.

En realidad, sí lo tiene: según la organización benéfica Rape Crisis, aproximadamente cinco de cada seis mujeres que son víctimas de violación nunca lo reportan, ni siquiera años después. Hay innumerables razones para ello, y pude recordarlas todas esta semana, cuando salieron a la luz una oleada de acusaciones contra otro hombre poderoso que se remontan a décadas atrás.

El antiguo dueño de la tienda departamental británica Harrods, Mohamed Al-Fayed, fue acusado de violar a cinco mujeres y abusar sexualmente de otras 15, cuando trabajaban en la tienda de lujo ubicada en Londres. De acuerdo a una investigación de la BBC, las acusaciones se remontan a los años 90, y la mayor parte de los ataques ocurrieron en las propiedades privadas de Fayed en Londres, París, Saint-Tropez y Abu Dhabi.

Una de las mujeres, quien era una adolescente cuando tuvo lugar la presunta agresión, describió a Fayed como un “monstruo, un depredador sexual sin ningún tipo de moral”, que veía al personal de Harrods como sus “juguetes”.

Fayed —cuyo hijo, Dodi, murió junto con la princesa Diana en un accidente automovilístico en 1997— falleció el año pasado a los 94 años. Los representantes de Harrods dijeron que estaban “completamente horrorizados” por las acusaciones, y afirmaron que se trataba de las acciones de “alguien que intentaba abusar de su poder donde quiera que estuviera”.

Han salido a la luz más denuncias desde que surgieron las primeras el jueves, una característica que por desgracia es típica en estas situaciones. Y, a pesar de lo que parecía pensar el desconocido del bar, sospecho que saldrán más. Porque, como sabemos muy bien por lo que sucedió tras las acusaciones iniciales que se presentaron contra Weinstein en 2017, una vez que alguien da el primer paso, es una señal de que es seguro para otros manifestar “a mí también”.

Sin embargo, parece que hemos aprendido muy poco de ese ajuste de cuentas; lo que me lleva de nuevo a las razones por las que las supervivientes de violación decidan no denunciar sino hasta años después, si es que lo hacen.

El miedo a las represalias es un factor importante, especialmente si, como Fayed, el presunto atacante está en una posición de poder profesional directo sobre la víctima.

Luego, está la culpa: culparte a ti mismo por las acciones de tu violador, como todos los supervivientes, pero especialmente las mujeres, han sido condicionados para hacerlo (“Bebí demasiado”, “No debí decir eso”, “Yo me lo busqué”, etc.).

Finalmente, está el miedo a que no te crean y la abrumadora responsabilidad de lidiar con un trauma físico y psicológico de repercusiones radicales, y que la sociedad te dirá que no es real.

Por cierto, denunciar una violación es todo menos fácil. Como expliqué en un artículo anterior, casi el 70 % de las víctimas de violación en Inglaterra y Gales abandonan las investigaciones a mitad de camino.

Con esta última oleada de acusaciones, además del inminente juicio contra el rapero Sean “Diddy” Combs por delitos de tráfico sexual (el también magnate de la música está acusado de secuestrar, drogar y coaccionar a mujeres para que realizaran actividades sexuales), las violaciones en masa cometidas por Dominique Pelicot y sus muchos amigos violadores, y todas las imputaciones por violencia sexual que se han presentado contra Andrew Tate, es difícil no desesperar y preguntarse si el movimiento #MeToo alguna vez existió.

Por supuesto sabemos que sí, y sospecho que, aunque parezca que estamos viviendo un retroceso, nada de esto habría salido a la luz de no ser por el #MeToo.

Sin embargo, lo que me preocupa es saber que hay muchísimas más historias como estas que aún no conocemos. Que muchos violadores sigan caminando libremente entre nosotros, y no solo porque menos de tres de cada 100 violaciones registradas por la policía entre abril de 2023 y marzo de 2024 derivaron en la imputación de cargos ese mismo año.

También porque los supervivientes nunca romperán su silencio a menos que sientan que es seguro hacerlo, pero la triste verdad es que casi nunca lo es.

Traducción de Sara Pignatiello

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