COMENTARIO

Los túneles lunares parecen un descubrimiento alentador, pero ¿no hemos aprendido nada de la ciencia ficción?

El descubrimiento de los túneles lunares es un gran paso para la exploración espacial y el futuro de la humanidad en la Luna, pero como todo fanático de la ciencia ficción sabe, no hay que bajar allí en absoluto, plantea Matt Potter

Miércoles, 17 de julio de 2024 14:40 EDT
Casi siempre salen de noche. Casi siempre…
Casi siempre salen de noche. Casi siempre… (Copyright 2023 The Associated Press. Todos los derechos reservados)
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Así es. Se acabó el juego. La noticia de que los satélites orbitadores de la NASA descubrieron un túnel en la Luna sacó a la luz una conversación que durante mucho tiempo se ha mantenido privada: no solo sobre la terraformación de la Luna, sino también sobre los derechos de los distintos países, fuerzas políticas e incluso ciudadanos a disponer de bienes inmuebles lunares.

Pero, ¿podría este descubrimiento derivar en un mundo en el que habitemos la Luna? ¿Deberíamos emocionarnos? ¿Hacer las maletas?

La respuesta es… sí y no. El descubrimiento, que confirma una especulación de hace décadas, podría ayudar a las agencias espaciales a planificar una estancia prolongada en la Luna. Las cuevas podrían brindar la protección suficiente a los astronautas del ambiente extremo de la superficie lunar, que oscila entre -248 y +123 grados centígrados.

La accesible caverna de 46 metros de ancho y 76 metros de profundidad se encontró bajo el liso y aterrizable Mar de la Tranquilidad en la superficie de la Luna (probablemente un tubo que se originó por la lava que fluye) y podría proporcionar el refugio que necesitamos para una base lunar permanente. Y cuando la alternativa es roca lunar sin refugio en 500 tonos de gris, esa imagen borrosa del satélite empieza a parecer cada vez más como el equivalente lunar de anuncios inmobiliarios.

Lo extraño es que lo habíamos predicho antes de encontrarlo. Y lo más fascinante es que la predicción proviene no de la espectroscopia ni los sondeos lunares, sino de la cultura pop. Durante siglos, nuestros cerebros necesitaron pintar algo de diseño, algo de vida, en el lienzo en blanco de la noche. Y mientras la ciencia se alistaba, autores, artistas y guionistas empezaron a describir el túnel.

El escritor alemán Johannes Kepler escribió por primera vez en su libro de 1608 Somnium (El Sueño) sobre una “raza de demonios” que vivían en sus partes más oscuras. Pero la primera descripción compleja de estos túneles lunares se publicó en 1865, en la obra de Julio Verne De la Tierra a la Luna, en la que la reptiliana población lunar de selenitas lleva a los astronautas franceses en traje y paraguas hasta sus laberintos.

La adaptación al cine mudo de 1902 fue un éxito mundial tanto por sus efectos especiales como por su acción, ya que el público, que aún estaba impaciente por ver imágenes en movimiento, quedó boquiabierto con las cavernas psicodélicas, los hongos gigantes y las estalactitas con forma de dedos. En la Luna era para los espectadores de la Tierra. Dentro de la Luna significaba arriesgarlo todo, incluso la cordura.

Los túneles en la Luna eran peligrosos, incluso sexys. Y mientras se rodaba la película, en 1901, el británico H. G. Wells escribió la exitosa novela Los primeros hombres en la Luna. De nuevo, los selenitas de Verne se arrastraban desde los túneles para comer extraños crecimientos en la superficie. En un momento aterrador, los viajeros que acaban de aterrizar en lo que creen que es un planeta desnudo y deshabitado, oyen una misteriosa resonancia estruendosa bajo sus pies y de repente se dan cuenta de que no están solos. El subsuelo de la Luna está vivo. Algo digno de un episodio de Dr. Who. Y también iba a hacerse realidad.

En 1969, los astronautas del Apolo 12 Alan Bean y Pete Conrad realizaron un experimento sísmico en la superficie de la Luna para comprobar la consistencia de la roca. Una vez de vuelta en el Apolo 12, dirigieron el módulo de aterrizaje para que se estrellara contra la superficie lunar: el equivalente a una tonelada de TNT provocaría un “terremoto lunar” que revelaría las frecuencias de la roca. Pero lo que encontraron les sorprendió en un principio.

La Luna parecía ser “solo un 60% más densa que la Tierra”. Y no solo eso: el artículo de la NASA determinó que “la Luna sonaba como una campana”. Los teóricos de conspiración y los soñadores, imbuidos por los selenitas, aprovecharon la descripción —que simplemente indicaba la diferencia en la consistencia de las rocas, la sequedad, etc.— y procedieron a formular conjeturas. Así nació la teoría de la “Luna hueca”, una de las teorías de conspiración más extravagantes, según la cual la Luna puede estar plagada de túneles o ser un gigantesco terrario tropical.

Toda esta fantasía tiene su lado maravilloso. Clangers, de Oliver Postgate, se emitió por primera vez ese mismo año y entusiasmó a niños y padres con la perspectiva de que los cerditos espaciales tejidos (por no hablar de los dragones de sopa, las ranitas y la gallina de hierro) vivían en túneles lunares y eran lo bastante tímidos como para abrir las escotillas cuando los astronautas aterrizaban y empezaban a curiosear.

La fiebre de los túneles lunares también se apoderó de los adultos. Los años de la carrera espacial durante la Guerra Fría fueron la edad de oro de la ciencia ficción televisiva y de los cómics, en los que la doble exigencia de necesitar localizaciones de primer plano y sin cascos para los actores (y el uso de materiales baratos y milagrosos como el poliestireno para decorados reutilizables de bajo presupuesto) significaba que la “acción que tiene lugar en el interior de los planetas” era en gran medida la nueva “acción que tiene lugar sobre los planetas”.

La física es una cosa, pero los dos inamovibles de los mundos alienígenas tal y como los conocemos son los presupuestos de producción y lo que quiera el actor principal. (Casi se puede ver a una Sigourney Weaver con casco y visera de pie en la superficie de un mundo alienígena en blanco y suplicando a Ridley Scott: “Dame algo con qué trabajar”).

Dichos túneles de poliestireno reutilizados y los primeros planos se han convertido en el pilar del terror lunar.

La frase “¡No se acerquen a los túneles!” del horror espacial es el equivalente al “tenemos que bajar al sótano” del horror terrestre. Gritamos al televisor cuando Sigourney y su tripulación descienden a las cavernas subplanetarias en Alien (“casi siempre salen de noche, casi siempre…”). Nos tiemblan las piernas cuando el Doctor de David Tennant se adentra en el Pozo de Satán para enfrentarse a la verdad última, de nuevo, porque necesitamos que lo hagan.

Nadie hizo más por los túneles interiores lunares que Dr. Who. En su temporada de primavera de 1967, los ciberhombres secuestraron a humanos en una base lunar a través de una serie de misteriosos túneles. Y desde entonces, los espectadores regresamos a los túneles bajo los planetas una vez por temporada. Siempre garantiza un episodio popular. Es como si nuestra imaginación pudiera con todo (horror, suspenso, fantasía extravagante, pavor) menos con la pura ausencia.

Un famoso cuento soviético de los años sesenta, La muerte de Luna, de Vera Inber, propone que el momento en que nos damos cuenta de su vacío y ausencia de vida es el momento en que perdemos nuestra inocencia infantil; similar a enterarse de que “papá es Santa Claus”.

Y así, por ahora, me sentaré a contemplar esa cueva en la Luna, mirándola desde una distancia segura de un cuarto de millón de kilómetros más o menos. Espero que haya dragones de sopa, pero nunca se es demasiado precavido. ¿Y si logramos llegar? Estaré justo detrás de ti.

Traducción de Michelle Padilla

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