AP FOTOS: Pastor mantiene el antiguo rito de la trashumancia en España
Una nube de polvo fino flota sobre el paisaje bañado por el sol
Una nube de polvo fino flota sobre el paisaje bañado por el sol. El tintineo de los cencerros anuncia el paso de un millar de ovejas y algunas cabras en una ruta antigua de trashumancia en España.
A lo largo de siete días, el rebaño es guiado hábilmente por el pastor Ángel Mari Sanz, de 62 años, quien mantiene viva una tradición que se remonta al siglo IX.
La majada recorrerá lentamente la ruta llamada La Cañada de los Roncaleses. Atravesará las áridas tierras de Las Bardenas Reales en la región norteña de Navarra, hasta arribar los valles verdes y frescos de los Pirineos.
Cerca de la población de Vidangoz, el rebaño pastará hasta mediados de setiembre, cuando cambia la estación, y Sanz la guiará nuevamente hacia el sur.
En las últimas décadas, los métodos de cultivo modernos han reducido la trashumancia estacional del ganado en busca de pastos verdes en España y otros países.
Pastores y ambientalistas tratan de promover la trashumancia, que según ellos es más sustentable y ayuda a prevenir los incendios, ya que los animales comen la hierba, hojas y ramitas por el camino.
Algunas ovejas jadean bajo el calor intenso. Se lanzan a correr cada vez que advierten la cercanía de un arroyo o laguna.
“Esta vida de pastor tiende a desaparecer”, dice Sanz. Recorre estas colinas desde que tenía 14 años y conoce las sendas como la palma de su mano.
"Aquí he pasado la vida”, dice en tono nostálgico. “He tenido libertad, vivir en el campo con la naturaleza”.
Critica a las autoridades por no promover la trashumancia.
“Hay mucha dejadez", dice Sanz. "No ha habido ningún tipo de apoyo al mundo rural”.
Sanz calcula que ha recorrido unos 25.000 kilómetros por estos valles en casi medio siglo de hacer este trabajo.
Las cabras encabezan la majada. La edad y el cansancio se hacen sentir, y no es raro que algunos animales mueran por el camino. Se deja sus cuerpos a los buitres que revolotean en lo alto.
A Sanz lo acompañan su hija Mireia, de 14 años, y otras tres o cuatro personas. Un camión transporta las provisiones y las carpas para acampar.
Pero aunque ama su trabajo, Sanz no quiere que su "hija, por nada del mundo, sea pastora”.
“Esto es muy esclavo y no merece la pena hoy en día todo este esfuerzo para apenas sobrevivir”, dice.