“Cuando vi a mi primogénita de FIV, me horroricé: ¿Hubo una confusión con los espermatozoides?”
Charlotte Cripps es una madre soltera que vive en Notting Hill; esta semana recibe la noticia que ha estado esperando durante 10 años... y acepta por completo la idea de comer para dos
Después de sobrevivir a la muerte de mi pareja, numerosas rondas de FIV fallidas y de enviar por por paquetería su esperma y mis óvulos por toda Europa, no fue una sorpresa que cuando finalmente quedé embarazada de Lola, estaba tan conmocionada que me quedé mirando a la pared, incapaz de hablar durante tres días. Lola fue concebida en una clínica de Alicante, España. Cuando volaba de regreso a casa con Lola como un embrión dentro de mí, me pregunté si en 10 días tendría una prueba de embarazo positiva. En mi asiento y sosteniendo mi estómago mientras despegamos, le dije: “Solo aguanta, cariño, lo vamos a lograr”.
Después del procedimiento, no se me permitió levantar nada pesado para ayudar a que el embrión se adhiriera al revestimiento de mi útero. El problema era que llevaba una enorme maleta conmigo, llena de medicamentos de la clínica, así como de toda mi ropa. Aunque me habían dicho que mantuviera la calma y me tranquilizara para dejar que el embrión se asentara, terminé corriendo por el aeropuerto de Alicante en estado de pánico total, tratando de comprar una maleta con ruedas. Luego, cuando vi que mi avión estaba abordando, tuve que abandonar mi plan y cargarla hasta la puerta de abordaje.
Sentí algo de ansiedad de que el embrión pudiera desprenderse mientras hacíamos el accidentado aterrizaje en el aeropuerto Heathrow de Londres. La clínica me había asegurado que todo estaría bien y que simplemente me relajara. No contribuyó que las píldoras que me dieron para ayudar a que el embrión se adhiriera tuvieran en mí un efecto similar al de las anfetaminas, lo que me puso hiperactiva.
Simplemente no podía permitirme correr más riesgos con este bebé potencial dentro de mí. Cuando llegué a la banda de reclamo de equipaje del aeropuerto de Heathrow, fingí ante alguien que estaba embarazada para que subiera mis maletas a un carrito. Incluso se ofreció a conseguirme un taxi. Me pregunté si debería haber usado esa estratagema desde hace años.
No pensé ni por un minuto que la FIV realmente había funcionado. El día que debía hacerme la prueba, ni siquiera me molesté en hacerme una prueba casera. En lugar de eso, fui a una clínica de Harley Street para hacerme el análisis de sangre definitivo y me dijeron que volviera a llamar a la hora de la comida para obtener el resultado. A las 5:00 pm se impacientaron esperando mi llamada, así que un extraño me llamó y me dio la noticia que había estado esperando durante 10 años.
“¿Habla Charlotte Cripps?”, preguntó la voz por el teléfono. “Sí”, respondí aturdida. “¡Tenemos tus resultados de sangre y nos complace informarte que estás embarazada!”.
Al sentarme en mi cama, mi realidad dio un giro de 360 grados. Dios mío, ¿qué diablos hago ahora? Mi vida pasó ante mí: ¿cómo voy a hacerle frente? Nunca volveré a dormir. Dios mío, debo relajarme, la probabilidad de un aborto espontáneo es alta en los primeros tres meses. No puedo creer que haya sucedido, lo logré.
“¿Qué diría Alex?”, pensé. Habría tenido que calmarlo. Le habría llevado algo de tiempo acostumbrarse, eso es seguro. Toda la obsesión que yo había tenido hasta entonces se centraba en cómo quedar embarazada; no me había centrado ni un poco en lo que hay que hacer cuando finalmente lo estás.
Siempre había imaginado una escena perfecta: yo recostada en los brazos de mi amado, sosteniendo mi barriga y esperando el momento mágico de la primera patada, yendo a las interminables citas con la partera. Pero mi realidad era otra: quedarme en casa sola con el perro –o sea, seguir como siempre– que además no puede estar quieto ni un minuto. Mi mejor amiga, que me cuida como si fuera mi madre, me dice que mi animal de poder debería ser un caracol. Eso significa que debo actuar como un caracol, moverme como un caracol, básicamente ser un caracol. Pero, para ser honesta, fue estresante convertirme en un caracol porque reducir la velocidad para mí era como una misión imposible.
Ya había aceptado la idea de comer para dos antes de hacerme la prueba de embarazo, pero una vez que obtuve el resultado, comencé a comer en serio. Era como si finalmente todos mis sueños se hubieran hecho realidad. Mi amiga me había dicho que preparara jugo fresco en un NutriBullet todos los días, pero en realidad los sándwiches de queso cheddar extra maduro y Branston Pickle, las hamburguesas vegetarianas con bollos de cebolla y el helado se convirtieron en mi menú diario. Y eso fue antes de que me empezaran los antojos.
Cuando comencé a lucir embarazada de Lola, mis vecinos parecían horrorizados, no sabían qué decir, como si creyeran que debía haber sido el resultado de una aventura de una noche. Mi panza creció rápido, así que parecía tener más tiempo del que realmente tenía embarazada. No estaba muy segura de si era por todo lo que comía o por el bebé, pero cuando las parteras dijeron que debía ser la retención de líquidos, supe que se debía a mi dosis diaria de Haagen-Dazs sabor cookies and cream.
Todavía tenía que pellizcarme para convencerme de que realmente había sucedido. Mi familia estaba encantada, al igual que la de Alex. Seguido me topaba con otras mujeres de mi área que estaban embarazadas. Me saludaban y me decían cosas como: “Ay, ¿a qué hospital vas? No podemos decidir entre el Portland y el Lindo Wing”, sin detenerse a pensar por un momento si yo podría pagar miles de libras por noche en estos hospitales privados.
“¿Y quién es tu médico?”. Yo me estaba atendiendo en el NHS, así que no tenía idea de quién era mi médico, ya que cambiaba de una consulta a otra, es decir, hasta que me asignaron al ginecólogo de la realeza Guy Thorpe-Beeston, quien ayudó a Kate Middleton a dar a luz a su bebé. Él me acogió y me hacía ecografías con regularidad, ya que yo no podía sentir las patadas de Lola, que es un indicador importante de que todo va bien, pero aparentemente mi placenta estaba en la parte delantera de mi matriz y amortiguaba sus golpes.
En las ecografías, pude verla crecer. Pero incluso cuando comenzaron a verse las manos, los pies y una pequeña nariz, no pude asimilarlo. Incluso mientras me llevaban en silla de ruedas para una cesárea de emergencia en el Chelsea and Westminster Hospital, estaba totalmente incrédula. “No estoy lista”, dije con seriedad, temblando incontrolablemente, obligándolos a tranquilizarme mientras sacaban al bebé.
Una vez que los medicamentos estuvieron en mi sistema y me relajé, tomé la mano del anestesista y le conté toda la historia de mi vida. Los médicos y enfermeras a mi alrededor parecían estar congregados alrededor de la camilla, con lágrimas en los ojos. Fue tan emotivo como el clímax de una película sentimental de Hollywood.
Pero cuando me entregaron a Lola, en lugar de enamorarme perdidamente, vi una mata de pelo negro que no reconocí y me pregunté si el esperma de Alex se había confundido en algún terrible error administrativo.